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Este verano, aprovechando las vacaciones en Alemania, decidimos visitar un campo de concentración cercano a Berlín: Sachsenhausen. No tenía claro que estuviésemos preparados ni individualmente, ni como familia, para entender lo que íbamos a ver y oír, pero también debía ser una visita que nos enseñaría mucho.

Según vas avanzando hacia la entrada, te topas con el primer contrasentido de toda aquella locura, escrito con letras de hierro en la puerta de acceso: «Arbeit macht frei», el trabajo hace libre. ¿Qué sentiría un hombre al atravesar esa verja?¿Qué entendería que podía esperarle?

Y poco a poco, te van explicando cómo hacían su trabajo los nazis para ir quitando la dignidad y el interés por la vida a los prisioneros. Las condiciones de vida eran ínfimas, no pudiendo tener ni condiciones mínimas de higiene, con estas «palanganas grandes» con aguas sucias por toda bañera, por ejemplo. Incluso el suicidio podía tornarse atractivo.

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Viendo y escuchando los horrores que ocurrieron en aquella época, y en la posterior a la Segunda Guerra Mundial cuando el campo quedó como «campo especial» del servicio secreto soviético, te viene a la mente la capacidad de superación que debieron tener aquellas personas para sobreponerse a todo el sufrimiento físico y mental que les proporcionaron.

Seguramente muchos conocéis el libro de Viktor Frankl, «El hombre en busca de sentido», en el que narra desde su experiencia las fases por las que un preso pasaba al estar en un campo de este tipo, o en campos de exterminio como donde él estuvo.

Frankl incluye el sufrimiento como algo intrínseco a nuestra naturaleza humana y como una oportunidad de desarrollo, aprendizaje y sentido. Se te hace difícil de concebir como concepto inicialmente, aunque se puede entender cuando expone que en las más aberrantes y extremas condiciones de sufrimiento y deshumanización, el hombre debe encontrar una razón para vivir, basada en su dimensión espiritual:

«…al hombre se le puede arrebatar todo excepto una cosa: la última de la libertades humanas –la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino- para decidir su propio camino.»

Como dijo Nietzsche «el que tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo«. Cualquier hombre puede ser feliz, sólo debe tener un rumbo marcado y una meta clara, en las que ponga todo su esfuerzo y voluntad, y siempre y cuando elija «querer vivir», podrá hacerlo felizmente; a pesar de que su entorno sea perjudicial y contrario a sus principios y valores morales. Estas bases pudieron ayudar a muchos de los que estuvieron allí dentro, gestionando una incertidumbre brutal, sobre cuándo, cómo, qué, cuál sería su destino….

Leyendo este libro, y viendo parte del horror que sintieron las personas que encerraron allí, nos da idea realmente de esa actitud que el ser humano puede elegir tener.

Si en condiciones límites puede encontrarse un porqué, muchos de nosotros estamos retados a encontrar nuestro porqué, cuando nuestras circunstancias y entorno no son tan extremas.

¿Qué nos hace felices? ¿Por qué luchamos día a día? ¿Cuál es el sentido que elegimos darle a nuestra vida?¿Qué actitud quiero tomar?